miércoles, 30 de noviembre de 2011

UNA BUENA NOTICIA: MIS VECINOS SE VAN

 

      Mis vecinos son una pareja encantadora con una hija de 10 años. Ella, la mujer, sonríe a todo el mundo por la calle; él pregunta a las señoras mayores si necesitan ayuda para subir las bolsas de la compra. La niña es una preadolescente que invita a sus amiguitas a dormir a casa y a la que le gusta el patinaje. Punto.

      Mi hija mayor tuvo cólicos del lactante desde el mes hasta los cuatro meses de vida. Ha tenido etapas de grandes berrinches y rabietas, ha sufrido de terrores nocturnos y, actualmente, tiene unas pesadillas que, cuando me las cuenta, yo me muero de miedo y procuro cruzar rápido el pasillo. Bueno, nada fuera de lo normal, pero juntando todos esos datos podemos decir que a mi hija se la oye, vamos, que ha llorado bastante a lo largo de su corta vida. Esto mismo me comentó un día mi vecina, hará un par de años: "Ay, no sé, me llama la atención oirla llorar taaaaaanto, porque, ¿sabes?, mi hija no ha llorado nunca". En fin, acepto que su hija haya sido de llorar poco, pero no acepto que me diga que no ha llorado nunca: sería marciana.

      Cuando me quedé embarazada de nuevo, tuve que escuchar a mi queridísima vecina decirme con su sonrisa más amplia: "Bueno, no te preocupes, que éste SEGURO que es menos llorón que su hermana". De nuevo entro a discernir entre lo que acepto y lo que no: acepto que mi hija es bastante llorona, pero de ningún modo admito que venga esa señora y me lo diga así, directamente, en mi jeta. Quizás es que soy una persona excesivamente susceptible, no digo que no.

      Pues la protagonista de esta historia tuvo suerte, y mi hijo resultó ser un bebé dormilón y bastante tranquilo. Pero era un bebé, qué le vamos a hacer, y ese bebé se puso malito cuando tenía un mes: bronquiolitis. Se ahogaba, tenía una tos que más parecía la de un anciano que la de un bebé de un mes, y su respiración era clavadita a la de Dar Vader. Una noche en la que se despertó casi sin poder respirar, papá y mamá le sacamos los mocos (llantos locos) y le dimos Ventolín (grito desgarrador), como buenos padres expertos de hijos bronquiolíticos. Cuando terminamos esta operación, al fin el chiquitín estaba más tranquilo y desechamos la idea de ir a Urgencias corriendo. De pronto empezamos a oir unos chillidos salvajes procedentes del otro lado de la pared. No hacía falta afinar el oído, porque se entendían a la perfección todas las palabras: "¡¡¡¡Esto es una vergüenza!!!!! Esta gente no respeta ni a nada ni a nadie. Si ellos no tienen que trabajar mañana me parece muy bien, pero algunas personas trabajamos y tenemos que dormir. Sus hijos no son normales, deberían contratar un psicólogo personal para que esté en su casa las veinticuatro horas del día" Y así estuvo al menos cinco minutos, sin parar ni un instante.

      Con mi hijo bronquiolítico en brazos yo sólo podía llorar y llorar.


      Y, sin poder evitarlo, desde ese día cada vez que uno de mis hijos llora se activan todas mis alarmas. El peque se fue a dormir a su cuarto probablemente antes de lo que me hubiera gustado de no haber tenido vecinos impertinentes. Sé que no debería haber afectado en nada a mi conducta lo que esa mujer gritó (y aún grita de vez en cuando) desde el otro lado de mi pared, pero la realidad es que es algo inevitable, superior a mí: me he pasado toda mi vida intentando no molestar a los demás.

      Llevo una semana viéndoles sacar cajas de su casa. Ayer les vi sacar muebles. Sé que están alquilados y que probablemente ahora haya mejores ofertas de alquileres por la zona. Todo encaja: ¿realmente se irán? Ayer me crucé con mi vecino, estuve a punto de preguntarle, pero no me atreví, para que no se notara en exceso la grandísima felicidad que esa noticia me produce.

lunes, 28 de noviembre de 2011

LA PUERTA DEL COLEGIO






La puerta del colegio desde dentro:


      Barullo de niños con las caras pintadas, gometts en la mano, babis metidos por dentro del pantalón, coletas semicaídas u olvidadas (Graciela con una gran coleta del lado derecho y el pelo lacio cayendo del lado izquierdo), pintura de dedos en los pantalones. Los míos son diez, los demás se quedan a extraescolares. Cuanto a los niños: faltan dos. "Profe, me he olvidado la mochila en clase" Aqui está uno. "Vete a clase corriendo, Edu". La otra es Maia, que está hablando con su prima, cómo no. "Maia, ven a sentarte al banco". Están nueve sentados en el banco. Se abre la puerta. El tumulto del interior se ve acrecentado por el griterío frenético que se escucha fuera. No puedo entender por qué los padres tienen que gritar tanto. Y Edu que no viene.


      Un millón de cabezas sonrientes, enfadadas, preocupadas, o simplemente expectantes, entran a la vez por la puerta. Una vez más, Maite debe recordar a los padres que tienen que esperar fuera. Me asomo a la puerta y busco rostros. Me río yo del test de Frostig, aqui sí que se pone a prueba mi percepción visual, día tras día. Reconozco a tres mamás que siempre están juntas y se colocan en el mismo sitio; les entrego a sus hijos con una sonrisa, o al menos ésa es mi intención, probablemente ellas habrán visto una mueca. Sólo quedan seis, perdón...¡siete! Edu no ha aparecido. No, si es imposible que la salida sea tranquila. Entrego un niño más, dos, tres. Quedan cuatro. Menos mal que el papá de Edu aún no ha llegado. Mi compañera Julia se me acerca: "Aqui está la mamá de Fede". Uno menos, y una mamá enfadada porque no la he reconocido.


      Ahora sí, ahí está el papá de Edu; le miro con lo que yo espero que sea una expresión simpática y le pido que espere un segundo haciendo un gesto con la mano. Ruego a Julia que se quede con los dos niños que quedan en mi banco y corro al aula a buscar a Edu. Allí está, sí, está pintando una gran cara sonriente en la pizarra. Me guardo todo lo que tengo que decir para mañana, le cojo de la mano y, a paso rápido (en el pasillo no se corre), avanzamos por el pasillo. "Alli está tu papá, lleva un buen rato esperándote. Hasta mañana, Edu".


      Clara ya no está, sólo queda Diego. Y el vestíbulo se va vaciando y Diego se va apagando. Me siento a su lado, ya no quedan padres esperando en la puerta. "No te preocupes, seguro que no tarda". Diego me mira con tristeza: "Se han olvidado de mí". ¿Por qué todos los niños dicen esa frase siempre, aunque tengan los padres más maravillosos del mundo? no se les ocurre ninguna excusa para ellos, su cabeza está llena de desolación. Me parece cruel con esa pobre mujer que siempre está tan contenta esperándole a la hora, pero miro a Diego y me da mucha lástima. Esperamos diez minutos y de pronto aparece su madre, corriendo con un carrito de bebé y una cesta de la compra. Se excusa mil veces, y le insisto en que no se preocupe, que son cosas que pasan. Tengo prisa, es mi hora de salir.




La puerta del colegio desde fuera:

      Día 1: El peque está durmiendo y me da penita despertarlo; lleva durmiendo sólo media hora, hoy se ha echado la siesta mañanera un poco tarde. Aguanto y aguanto, y al fin le despierto. Está mimoso, sólo quiere brazos, así que lo sostengo un buen rato, le hablo, le canto. Tiene caca, le cambio el pañal. Cuando me doy cuenta...¡son las 4! Tenía que haber salido hace un rato. Bueno, pues no le pongo ni los zapatos, salimos así tal cual, total en la sillita lleva el saco y va a brigado. Corro por las escaleras, corro al colocarlo en su silla, salimos zumbando por la calle. La presidenta de la comunidad de vecinos me ve y tiene ganas de hablar. ¡Por favor, ahora no! De la forma más educada que puedo le digo que me deje en paz, y sigo corriendo y corriendo. Miro el reloj cada minuto, como si sirviera de algo. Es tarde y va a seguir siendo tarde: el colegio está a diez minutos corriendo y eso no lo cambia nadie.

      "Se han olvidado de mí", sería la niña más rara del mundo si no estuviera pensando eso. Me tropiezo, corro y corro, veo la puerta ya al final de la calle. Hoy no hay padres ya. Jadeando me asomo y allí está mi hija, cogida de la mano de su profesora. "Lo siento mucho, no sé qué me ha pasado hoy, me he liado...". Ella me mira con cara simpática. Mi hija está claramente enfadada: ahora vendrá la charla hija- madre. Me trago mis palabras, supongo que la profe tiene prisa.


      Día 2: La puerta del colegio desde fuera es un mundo paralelo, un mundo propio y único del que una sólo tiene el código cuando se convierte en madre de un colegial/ colegiala. Tiene sus líderes, tiene sus normas y su imprecisión. Somos tropecientos padres desordenados dentro de nuestro orden de jerarquías: es la Ley de la Selva. Llego pronto, hoy no me va a pasar lo de ayer. Siempre me coloco en la fila de atrás, pero hoy estoy delante. Tres madres cotorriles están a mi derecha, y de vez en cuando me observan. Me mantengo firme y con la frente bien alta, apoyado mi peso sobre una sillita de bebé. Se abre la puerta y siento cierta presión en la espalda; sin querer mi cabeza se asoma por la puerta. Avergonzada me retiro hacia atrás: los padres no pueden entrar. Sale la profesora de mi hija, junto con otras cinco compañeras. Empieza a entregar a los niños, pero a mí no me ve; lógico, no estoy en el sitio de todos los días. Puedo ver a mi hija esperando pegada a la pared de su aula; saludo y ella me saluda: "mamáaaaa, ahí está mi mamáaaaa". Su profe da media vuelta y se dirige a los niños que esperan.

      Con un poco de timidez le digo a una docente: "Mira, soy la mamá de Raquel, que está alli". Tengo que hacerlo, porque la fuerza humana que me empuja la espalda me va a reventar. Ella se lo comenta a la profe de mi hija, que me dice: "Perdona, no te había visto", mientras yo agarro firmemente a la niña de la mano para intentar hacernos paso (madre, niña y carrito) aprovechando los movimientos de la marea.
     

jueves, 24 de noviembre de 2011

LA LLAVE VERDE




La llave está en la puerta. Es una llave verde y grande, en una puerta pequeña y naranja. Dos niños se dirigen hacia ella. La niña va a paso ligero, pero sin correr; mira hacia atrás constantemente. "Voy a llegar yo primero, sí, yo primero. Me voy a meter en la casa y voy a cerrar la puerta". Un gritito y un bebé que gatea con más rapidez, la cabeza dirigida hacia el suelo, como embistiendo. Durante milésimas de segundo levanta la cabeza, mira a su hermana y sonrie, la baja y avanza más rápido, la levanta y sonríe; parece un nadador practicando su estilo de croll. Llegan a la vez.


Los dos niños se apoyan en la puerta naranja. La niña tira hacia fuera y el bebé hacia dentro. Es evidente que la niña ganaría si realmente se midieran las fuerzas. La madre mira la escena y se emociona; ella quiere jugar, jugar con su hermano. El pequeño deja de dar grititos y se separa de la puerta, algo que la niña aprovecha para entrar en la casa y cerrar de un portazo. "Estoy aqui, he ganado". Una mano chiquitita se levanta, guiada por un pensamiento; una mano que se acerca a la llave, a la grandísima llave verde, y la coge. Carcajada y un bebé que desaparece de la escena, gateando, gateando, gateando, con la llave agarrada con todas sus fuerzas en la mano derecha.


La madre ve una carita dulce que se torna pensativa a través de la ventana adornada con tréboles. Ella quiere jugar con su hermano, pero su hermano se ha ido. Se escuchan ruidos de caceroladas, cánticos de Blancanieves, Cenicienta y cien mil princesas más que pueblan esa cabecita loca llena de coletas. Cada vez canta más fuerte, hace más ruido al preparar "el desayuno", pero falta un bebé que escuche y mire.


La madre se asoma a la otra habitación, y ve al bebé sentado, mirando la llave verde que sigue manteniendo apretada en el puñito. Está ensimismado, pensativo. Lo coge en brazos y lo deja en la alfombra que se encuentra al lado de la casita. Él sigue pensativo, no se mueve. Su hermana se muestra indiferente, pero ya no necesita gritar tanto. Tranquilidad por un rato, pero tranquilidad tensa. La madre querría ir a recoger los cacharros del desayuno pero no se atreve a levantarse de la silla; presiente que algo va a pasar.


Pasan varios minutos. Silencio. La casa naranja está alerta, con su puerta grande latiendo como un gigantesco corazón. De pronto, una vocecita dulce dice: "Iván, te he preparado el desayuno". Se abre la puerta de par en par y el bebé le dedica a su hermana una enorme sonrisa. Gatea lentamente hacia la casita, entra. Su hermana sale y recoge la llave que ha quedado olvidada en la alfombra; la coloca en su sitio y, con cuidado, cierra la puerta. La madre se levanta. La llave está en la puerta y los dos niños juegan juntos dentro de la casa: sabe que puede irse tranquila a hacer sus cosas.


Por el camino, en la pizarra, se encuentra este dibujo: "Rivan": Un Iván guiado por la erre de su hermana: Raquel.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

VIVE DE TUS PADRES...

"Vive de tus padres hasta que puedas vivir de tus hijos". Esta frase estaba muy de moda en mi época de instituto: mis compañeros la comentaban entre risas, la escribían en las carpetas de sus amigos y se constituyó en poco tiempo en una especie de lema por todos aceptado. Yo era una loquita de catorce, quince, dieciséis años, pero esa frase no me gustaba. No sabía explicar por qué, pero algo se me removía por dentro y me hacía sacar los colores.

Hoy en día somos una generación en nuestro momento álgido: somos jóvenes, o al menos eso pienso yo, pero ya tenemos cierta experiencia en la vida; muchos somos padres, muchos trabajamos.

Estos días se está hablando bastante de un estudio en el que se trata el dificil tema del agobio de los abuelos, que con mucha frecuencia tienen la responsabilidad de cuidar de sus nietos todos los días o, al menos, habitualmente. http://www.lavanguardia.com/vida/20111122/54238440549/abuelos-espanoles-se-sienten-angustiados-y-utilizados.html

No es una crítica. No quiero decir que el que deja a su bebé con los abuelos esté haciendo mal. Cada caso es un mundo y, además, al fin y al cabo es lo que la sociedad nos marca; y todos sabemos lo dificil que es escapar de las directrices que nos van guiando en nuestra vida. Yo siempre pienso que estamos atrapados, ¿no lo sentís así?: primero estudiar, luego encontrar trabajo, encontrar una pareja estable, tener hijos...y, bueno, pues hacer algo con ellos, dejarlos atendidos mientras nosotros trabajamos.

Pero es que me dan pena los abuelos, no lo puedo remediar. Ellos salieron adelante solos, son una generación de luchadores natos. Nosotros también, pero desde otro ámbito, desde el mundo laboral, desde la formación...Y, lo peor de todo, a pesar de que luchamos y luchamos, es la sensación que tenemos muchas/muchos de estar haciendo las cosas mal, de no rendir al 100% ni en el trabajo ni en casa. Luchamos por conciliar, luchamos por ser buenos padres a pesar de no estar mucho tiempo con nuestros hijos; pero somos luchadores frustrados. Y, además, no luchamos solos, tenemos a nuestros padres, que sí que lucharon solos en casi todos los casos, que nos ayudan. Y lo sabemos.

Esta sociedad es insostenible. Nuestros hijos no vivirán como nosotros, ¿qué apostamos? Van a cambiar de mentalidad. Porque lo que nos falla es la mentalidad. Pensamos: "yo trabajo para vivir", pero "vivir" significa tener dos coches (vuelvo a lo mismo de siempre, lo siento), irme de vacaciones, salir el fín de semana...De nuevo digo, habría que mirar cada caso particular, pero ¿verdad que todos nos sentimos un poco identificados con esto? ¿verdad que nos gustaría escapar pero no sabemos cómo?

Y veo, desde la más profunda tristeza, que estamos cumpliendo nuestro lema; sin querer, sufriendo, pero lo cumplimos: "vive de tus padres hasta que puedas vivir de tus hijos".

lunes, 21 de noviembre de 2011

DESARROLLO DE LA MOTRICIDAD GRUESA- PRIMER AÑO DE VIDA



Después de tanta "paja" me parece interesante tratar otro tema que nos puede interesar a todos/as: el desarrollo motriz de los bebés, desde que nacen hasta que, aproximadamente, empiezan a caminar por sí solos. No voy a hacer ninguna tesis sobre el tema, porque no estoy capacitada y porque no me parece el lugar adecuado: existen un montón de libros perfectos para informarse científicamente. Sólo me gustaría plantear la reflexión sobre cómo ayudar o estimular a nuestros bebés.


Cuando llegamos a casa con nuestro bebé recién nacido no nos podemos imaginar que algún día vaya a ser un niño que nos hable, que venga corriendo hacia nosotros, que se interese por ciertos temas...¡nos parece de locos! sobre todo si es nuestro primer hijo. Y es que realmente es una locura, el desarrollo de los niños es tan rápido que cuesta creerlo. A las pocas semanas ese bebé que estamos empezando a conocer, nos regala una sonrisa, y la cara se nos llena de lágrimas. Y sólo en unos cuantos meses lo tenemos sentado, luego gateando, dando pasitos, diciendo sus primeras palabras, creciendo a un ritmo impresionante. El primer año de vida quizás es el más impactante en lo que a cambios se refiere, a cambios físicos. El segundo año de vida, con la explosión del lenguaje, me parece, si cabe, más impresionante aún, pero el caso es que ahí ya estamos acostumbrados a los cambios brutales, y nos abruma menos.
Pero durante el primer año nos cuentan tantas versiones diferentes sobre qué hacer con el bebé, cómo estimularle, que nos sentimos perdidos con frecuencia.








1.- En primer lugar, opino que lo más importante es respetar el ritmo de cada niño. Todos sabemos que unos niños empiezan a caminar solos a los 9 meses y otros alargan ese momento hasta el año y medio o incluso más. Las comparaciones son normales y, probablemente, seremos nosotros mismos los que las hagamos. No es malo comparar para comentar, pero hay personas que se agobian en exceso y que sufren, sí, sufren, porque el hijo del vecino ha empezado a gatear y el suyo aún no lo hace. Bueno, pues aconsejo tranquilidad, calma y disfrute. El hecho de que un niño empiece a caminar antes no significa nada, pero nada de nada. No quiere decir que sea más listo, ni que vaya a ser mejor deportista, ni que sus papás hayan sabido estimularle mejor. Simplemente es una cuestión de maduración neuronal. Como curiosidad, os puedo contar que no existe correlación entre la edad en la que un niño se lanza a caminar y su nivel de inteligencia posterior, medida en CI mediante tests de inteligencia. (Ja! y sobre la inteligencia también habría que hablar largo y tendido, porque: ¿qué es la inteligencia? el que me lo pueda explicar bien, bien, se lleva un premio). Así que simplemente debemos acompañar al niño durante el descubrimimento de sus posibilidades motrices y, paralelamente, su descubrimiento del mundo.










2.- Otro apunte. A veces vemos a bebés chiquititos sentados, que se sujetan de pie solitos, o caminando, y oimos a personas que dicen a sus papás: no le fuerces, por favor, no está en edad de hacer eso!". Más allá del hecho de que siempre hay alguien que tiene algo que decir u opinar sobre lo que hacen los demás, sobre todo sobre cómo ejercen de padres, hay que decir que esta frase tiene algo de cierta. Pero sólo algo. Un bebé que se sienta solo, sin que nadie le sujete, está preparado para hacerlo; un bebé que camina solo, lo hace porque ha llegado su momento. Diferente es que nosotros le forcemos a sentarse solo, que nos obsesionemos por que lo haga y lo tengamos en esa postura, rodeado de almohadones, durante horas; o que nos empeñemos en llevar de las manitas caminando durante mucho rato a un bebé que no sabe ponerse solito aún de pie. Hay que saber observar los signos:


- Sentarse: el bebé empieza a incorporar la cabecita cuando está semisentado en la hamaca o en el huevito. Cuando lo sostenemos en brazos le gusta estar incorporado, como sentadito. Quizás entonces ha llegado el momento de sentarlo apoyado en una superficie firme, y no alta, con un almohadón detrás, pero nunca durante demasiado tiempo. Poco a poco él solo se irá despegando del almohadón, y un día nos dará la gran sorpresa de que si le dejamos sentado se queda solito durante mucho tiempo. Si sólo aguanta unos segundos podemos ponerlo sentado, pero cuando se haya caído (normalmente de lado o hacia delante) un par de veces, lo cogemos y no le volvemos a poner en esa posición durante un largo periodo de tiempo. Un bebé que tiene su columna preparada para sujetar su peso podrá estar durante media hora sentado sin caerse. ¡Y esto sucede de un día para otro! ¿es o no magia?


- Estar de pie. Hay bebés que pueden sujetar su peso de pie, agarrados de la mano de sus papás, cuando son muy chiquititos. Pueden hacerlo, sí, pero no lo hacen solos. Así que, de nuevo, hay que decir que si no lo hacen solos es porque su columna no está preparada para sujetar ese peso. No pasa nada por que esté así unos minutos al día, tampoco hay que ser tan estrictos, pero no conviene forzar esa postura. Normalmente se ponen de pie por primera vez agarrándose de los barrotes de la cuna, o irguiéndose con las manos apoyadas en un taburete. Cuando eso pasa el bebé ya está preparado. Por fín podemos destrozarnos los riñones cogiéndole de las dos manos y, quizás, aprenda a dar sus primeros pasitos. También puede ser que esos primeros pasos los dé empujando una silla o rodeando una mesa. Y ahora viene la eterna duda: ¿andador o no? Personalmente no estoy a favor de utilizar andadores. Mucha gente dice, para defenderlos, que de esta forma aprenden a caminar antes (¿qué prisa tienes?). La principal razón por la que no defiendo el andador la daré más adelante.


- Gatear. Gatear significa independencia, para los papás y para el bebé, significa descubrir el mundo y, sobre todo, significa coordinación. Es muy complicado coordinar manos y pies para desplazarse gateando, así que el gateo lleva consigo una gran estimulación neuronal para los bebés. No todos los bebés gatean, y tampoco hay que preocuparse por ello. Algunos pasan directamente a caminar, otros reptan o se desplazan sentados. Cada niño tiene su estilo motor, y hay que respetarlo. Pero tampoco llevemos las cosas al extremo aqui: he escuchado a padres que prefieren que sus hijos no gateen porque así "empezarán a caminar antes". De nuevo digo: ¿qué prisa tienes?


- Caminar. ¿Cuándo decimos que un bebé camina solo? ¿cuando da sus primeros pasos suelto o cuando está todo el tiempo caminando a su aire? Yo diría que un bebé camina cuando sabe hacerlo, es decir, cuando empieza a dar sus primeros pasos suelto. Otra cosa es que le tenga miedo y no quiera soltarse de la mano de un adulto, o que aún sabiendo andar, prefiera todavía ir muchas veces a los sitios gateando. Pero su cuerpo tiene el equilibrio, la estabilidad y la coordinación suficiente para andar. Muchos padres, como ya he expuesto :), tienen prisa por ver caminar a sus hijos, y se preguntan qué hacer para estimularlos y que lo hagan cuanto antes. Hay que dar la razón a esos padres en que, desde luego, ver a un hijo soltarse y andar por sí mismo es uno de los acontecimimentos más emocionantes que podemos vivir. A veces somos nosotros con nuestras ansias los que retrasamos ese momento. Si les forzamos e hiperestimulamos antes de tiempo es probable que se lleven alguna caída desagradable que haga que les entre miedo. Probablemente un día nos sorprendan dando dos o tres pasitos solos, mientras nosotros nos quedamos con cara de incredulidad, y ahí es cuando podemos empezar a "jugar" con ellos y hacer que se vayan soltando sin que se den casi cuenta. El típico pasar de los brazos de papá a los de mamá o darle a la abuelita la flor...cosas sencillas sin que se nos vea demasiado "el plumero" de que lo único que queremos es verles andar.


3.- Propongo que veamos a los bebés como pequeños conquistadores. Durante los primeros meses se relacionan con el mundo desde la cuna, desde la hamaca o desde los brazos de sus padres; sus experiencias son muy ricas: mamá me coge, papá me da un beso, me limpian el culete y me quedo a gusto, me dan de comer y tengo la barriguita caliente, etc. Todo esto es importantísimo para su desarrollo, pero imaginaros el gran cambio que da un bebé cuando pasa de estar así a poder moverse y ver más allá. Me río de Colón cuando vio América por primera vez: ¡eso no es nada comparado con el mundo que se abre a las puertas de un bebé! Y sus neuronitas empiezan a hacer sinapsis como locas, con todo lo que va descubriendo. Así que la estimulación debe tener como objetivo crear el mayor número de experiencias ricas y novedosas; no es que queramos que el bebé gatee a los 5 meses, es que queremos que a los 5 meses tenga unas experiencias adecuadas y acordes con sus patrones de desarrollo propios: debemos aprovechar la plasticidad increible que tiene el sistema nervioso de los bebés. ¿Y cómo conseguir esa estimulación adecuada? Desde el punto de vista motor yo creo que las claves son:


- Liberar el suelo, como espacio base de los descubrimimentos de nuestro pequeño explorador. Desde que empieza a sentarse solito le podemos dejar en el suelo, rodeado de juguetes, y ahí es donde mejor está a partir de ese momento, con el entorno libre de peligros y con la adecuada supervisión, obviamente. Aprovechemos las diferentes superficies para transmitirle diferentes sensaciones táctiles: el césped, el calorcito del parqué, el frío de la cerámica, etc. Los suelos especiales para bebés por supuesto que están muy bien, pero no les limitemos las experiencias. En el suelo es donde los bebés aprenderán a manejarse y se harán cada vez más independientes, al tiempo que medirán sus fuerzas y aprenderán, por ejemplo, a caerse sin hacerse daño. Y aqui es donde explico por qué no estoy a favor de los andadores; bueno, casi que no lo explico, porque creo que mi punto de vista está bastante claro :)
- Darles autonomía. Bueno, toda la autonomía que puede tener un bebé de meses; aunque, os aseguro, ya es bastante. Es fundamental jugar con ellos, pero también es imprescindibles dejarles experimentar a su manera. "Su manera" puede ser golpear el suelo con el juguete doscientas veces, olvidándose de que es un juguete muy caro del que salen unos conejitos bailando cuando pulsas un interruptor. Pues, bueno, ¡dejémosle experimentar! Y dejémosle que se caiga también, no le va a pasar nada grave si está en el suelo con un entorno cuidado y, además, nos tiene a nosotros cerca.

martes, 15 de noviembre de 2011

LA FELICIDAD LO PRIMERO

El metro, otra vez. Al fin consigo sentarme; dedico unos segundos a disfrutar de la placentera sensación de tener mis piernas hormigueantes descansadas y después, cómo no, con cara de ida, de estar pensando en cómo cuadrar las cuentas de mi empresa o en qué hacer de comida mañana, me pongo a observar a los que me rodean.


El ambiente está cargado y vacío al mismo tiempo. Cargado de cansancio, de olores; de gente, por supuesto. Vacío de pensamientos, porque todos estamos un poco dormidos, dejándonos llevar por el sonido de las paradas, de la vocecita que nos habla desde otra dimensión. Es algo placentero, sobre todo para los que hemos conseguido sentarnos.


A mi derecha tengo sentado a un estudiante. Piernas cruzadas encima del asiento, cascos en la oreja (Nirvana, lo puedo distinguir, ¿aún escuchan los veinteañeros esta música?) y la cabeza ladeada, apoyada en la pared. Un hombre de mediana edad está a mi izquierda, con ropa "sport" y maletín en la mano...me pregunto si no será un profesor; sus ojos están abiertos a más no poder, pero con la mirada perdida y soñolienta. Enfrente dos parejas bien diferentes. Una pareja de estudiantes, (y ya van tres!, todos se bajarán en Ciudad Universitaria, por supuesto) con las manos entrelazadas y la cabeza de ella apoyada en el hombro de él: me traen recuerdos agradables de otra época y no puedo dejar de sonreir. La otra pareja no para de hablar entre susurros, aunque no entiendo nada, hablan alemán, creo; están de pie frente al plano de colorines del metro, ilusionados y señalando con el dedo recorridos: turistas, supongo. Hay mucha más gente, por supuesto, pero unos me tapan a los otros, imposible observar bien.


Se abre la puerta lateral y aparece un hombre con un viejo acordeón. La masa humana se mueve, como un líquido que está acogiendo a un sólido. El hombre, anciano y desaliñado, nos habla con voz monótona, pero ninguno le escuchamos; es triste, yo tampoco le escucho, a pesar de que le estoy observando. Pero empieza a tocar y todo cambia. Es una canción de amor nostálgico, de ésas que conocemos de toda la vida y que nos traen un montón de recuerdos y de lágrimas a los ojos. Me emociono, y no quiero que llegue mi parada. El joven de mi derecha se quita los cascos de las orejas, el hombre de mi izquierda no se mueve, pero de una forma llamativa, es ese no moverse del que escucha con el corazón. La parejita de estudiantes se coge más fuerte de la mano, y los turistas se callan. Somos una comunidad unida por una canción, puede haber un terremoto que nos sepulte y nos aisle durante años, porque ahora mismo somos un grupo humano unido, disfrutando de un momento único a la vez.


Disfruto de este momento con plenitud, es un pedacito de felicidad, lo sé.

La vida consiste en ir recopilando pedacitos de felicidad, y eso es lo que quiero transmitir a mis hijos. No quiero que se piensen que el objetivo de la vida es tener un coche más grande o una casa con más habitaciones. No. Cada uno tiene que encontrar su camino, a ser posible alejándose de lo que esta sociedad, en la que somos tan infelices, nos marca. Y, sobre todo, quiero que aprendan a reconocer y disfrutar los momentos, pequeñitos y sencillos, de felicidad plena.

sábado, 12 de noviembre de 2011

LOS INTRUSOS

Meses atrás hubo una temporada bastante larga durante la cual yo me tumbaba en la cama de mi hija hasta que ella se dormía. Juntábamos las cabezas, nos relajábamos ambas y, cuando oía su respirar profundo, yo me levantaba con cuidado y me iba.
Le observaba muchas veces rascarse la cabecita y pensaba, llena de ternura: “pobre, mi niña, cuánto le hace sufrir su piel atópica”. Yo me rascaba la cabeza y me decía, con aire experto: “el cambio de estación, sin duda, esto es por el cambio de estación”.
Un día me encontré, en la mochila de mi hija, una nota con el membrete del colegio y la firma del director. El encabezamiento no dejaba lugar a dudas sobre el contenido: “PIOJOS”. Me puse roja, blanca, amarilla, y me sentí como si un kilo de naipes levantados en castillo cayera sobre mí; en todos ellos ponía: “Cómo no: PIOJOS”. A mi lado mi hija me daba una mano, mientras con la otra se rascaba con firmeza su cuero cabelludo.
Cambiamos el recorrido inicialmente planificado y nos dirigimos a la Farmacia. Juro que esperé a que la Farmacia estuviera vacía de clientes para entrar.
Y después vino el champú, el vinagre, el “no quiero el cepillito, que me tira del pelo”, el “estate quieta, por favor, que así es imposible”, la desesperación, el volver a empezar, las dudas -¿la llevo al colegio ya o aún no?-. Y un mes después, al fin,  pudimos decir que habíamos acabado con los intrusos que habían venido para colonizar nuestro pelo y nuestras vidas.
Ahora mi percepción y sensibilidad ha cambiado. Si me sorprendo rascándome la cabeza, aunque sea de soslayo y de forma accidental, inmediatamente pienso lo peor y, por si acaso, estoy tres o cuatro meses sin atreverme a ir a la peluquería.

martes, 8 de noviembre de 2011

PERCENTILES

    Ayer fue día de mercadillo en mi pueblo. En uno de los puestos había una mujer vendiendo pantalones de pana para niños. Yo estaba interesada, así que me informé sobre el precio y sobre si tenía diferentes tallas disponibles. Ella me preguntó la edad del niño y, cuando le contesté, me dijo: "Sí, de esa talla tengo, pero seguro que su hijo está grande, ¿verdad? Va a necesitar una talla más". Me quedé sorprendida, porque yo soy una mujer pequeña, bajita, y nada de lo que esa mujer veía podía dar a entender que mi hijo "seguro que está grande".


    La verdad es que esa tontería me dio que pensar un rato. Realmente siempre me he fijado en que en las tiendas de ropa de niños todas las madres/ padres/ abuelas/ abuelos comentan a las dependientas que el bebé en cuestión "está muy grande para su edad"; siempre se habla de un bebé "alto y estilizado" o "muy gordito, muy gordito, no sabe usted lo que come" o que "es el más alto de la guardería" o que "tiene 3 meses y, ¡fíjese!, usa la talla 12 meses".

     A ver, no soy ninguna experta en estadística, pero hay ciertas nociones básicas que creo que algunos padres deberían conocer:


    La curva de peso y talla es una "curva normal" y, por tanto, hay aproximadamente el mismo número de niños por encima de la media que por debajo. La rayita del medio de las curvas de crecimimento que nos dan cuando nacen nuestros hijos, es el percentil 50, la media. Por debajo están los percentiles 25, 10 y 3, y por encima están los percentiles 75, 90 y 97. ¿Qué significa esto? pues que si su bebé está en el percentil 97, el 97% de los bebés de su edad dentro del grupo estudiado son más bajitos o más delgados, según la curva que se mire. Así que muy poquitos bebés estarían dentro de este grupo. Curiosamente, todos ellos viven en mi pueblo.


    Os voy a contar un secreto: mi hijo menor nació muy gordito, en el percentil 97, y ahí se mantuvo hasta, aproximadamente, los 7 meses. Ahora ya se ha normalizado, tal y como era de esperar, pero cuando era pequeñín, era una realidad que muy pocos bebés de su edad eran tan gorditos como él. Recuerdo una vez que entré en una tienda a comprarle una camiseta, y al lado había otra mamá con un bebé más pequeño de edad que el mío (mes y medio menos) y, a la vista estaba, más pequeño también de tamaño. A las dos nos gustaba la misma camiseta. Yo cogí la talla 9 meses, que le quedaba incluso un poco holgada a mi hijo, y la mujer de al lado me dijo rauda y veloz, como si fuera un tema de capital importancia: "Yo le voy a coger la de 12 meses, porque mi hijo es taaaaaaaaan grande...La de 9 meses ya ni le entra". Me costó un tremendo esfuerzo conseguir que no me viera reirme. Es totalmente ridículo, ¿verdad?.


   Y otra prueba de que en mi pueblo viven todos los niños que se encuentran por encima de la media es que cuando digo que mi hija es "normal" para su edad, las dependientas me miran con sorpresa, y os aseguro que no son imaginaciones mías. Me temo que nadie les ha dicho eso jamás;  no sé si debería preocuparme el hecho de que mi hija sea la única niña normal del colegio.

   Muchas veces nuestra estupidez, la de los padres, no tiene límite. No es mi intención ofender a nadie, sólo lanzo este tema como reflexión: ¿por qué nuestros hijos siempre tienen que ser los más altos, los más listos o los que se portan mejor? Seamos realistas: eso es imposible. El niño perfecto aún no se ha encontrado y, estadísticamente, es muy poco probable que sea el nuestro ;)
   
   

domingo, 6 de noviembre de 2011

EL ESPEJO

    Llueve. Nubes negras, cielo gris, martilleo sobre el tejado. Cámara desde lejos, se acerca: una casa azotada, olor a paja húmeda y miedo en el cuerpo. Se deshace, cuidado, miedo.


    Tres figuras se colocan frente al espejo: una madre morena, ojerosa, pequeña, con grandes brazos de madre, sujeta a un bebé que llora. A su lado una niña asustada: ojos abiertos mirando a ningún sitio.


    La lluvia empieza a cantar. Primero se oyen sólo unas notas sueltas a través de las pajas, pero si se escucha con calma se comienza a distinguir una canción. Primero es suave y relajante; luego, a medida que la mirada de la niña va cambiando, se vuelve alegre, infantil, sencilla, y transmite ganas de bailar. El bebé se calla y sonríe.


    El espejo se funde sin derrumbarse, simplemente envuelve al trío estático, e inmediatamente la música se hace más fuerte. Ya no llueve y los tres respiran. La niña ve a lo lejos un columpio y corre, salta y llega hasta él. La madre y el bebé se miran y se sonríen. Siguen a la niña hasta el columpio, y cuando llegan la niña ya está volando. Vuelve, un empujón hasta el cielo y la madre y el bebé se sientan, escuchando ahora muy fuerte un solo de risas. El bebé ya no quiere brazos, sólo quiere gatear y llegar hasta las hormigas, hasta las flores, las hojas y buscar al perrito que ladra desde lejos. La madre se sienta y mira.


    La música para de golpe. Tranquilos se reúnen, en la misma postura que al principio pero con expresión relajada: felices. Aparecen de nuevo en la casa de paja. La lluvia ha terminado. Ahora toca buscar y reparar los desperfectos, pero con calma y paciencia. Aún dura la sensación del gran jardín del espejo.


    La puerta se abre, aparece un padre mojado, preocupado y sorprendido. Les mira largo rato y finalmente sonríe. No se lo esperaba.

viernes, 4 de noviembre de 2011

LA CIGARRA Y LA HORMIGA

  Sobre las moralejas: 


  Todos conocemos el cuento de "La cigarra y la hormiga". A grandes rasgos se trata de una cigarra que cuando hace buen tiempo está todo el tiempo cantando mientras la hormiga se ocupa de recolectar comida para pasar el invierno. Cuando llega el invierno, la cigarra no tiene nada que comer, va a la casa de la laboriosa hormiga y ésta la deja en la calle, muerta de hambre.


    Bueno, yo si fuera hormiga habría dicho: "pasa, por esta vez te dejo entrar, pero debes aprender para la próxima". Eso de no dar segundas oportunidades o de dejar a alguien pasar hambre me parece feo.


    Pero tengo una persona muy cercana que se dedica a la música, y da aún otra vuelta de tuerca más: la cigarra estuvo haciendo más agradable el trabajo de la hormiga durante la primavera, cantándole canciones para animarla, tocando la guitarra...No ha estado sin hacer nada, ha contribuído al bien común, aunque de una forma diferente. Interesante, ¿verdad? Cuando esta persona cuenta el cuento, al final la cigarra y la hormiga comparten casa, comida y diversiones durante el invierno: ¡me encanta!


    También he de decir que conozco un niño que cuando le cuentan la historia siempre dice: "¿Y qué? ¡yo quiero ser cigarra!"

miércoles, 2 de noviembre de 2011

LOS MIEDOS (Parte 2): UN DÍA CUALQUIERA

    La habitación está oscura, entra una luz indirecta por la puerta: la luz del baño está encendida. Saca la cabeza un poco de debajo de la sábana...bueno, parece que el osito está encendido; ese osito era de mamá. Rocco me cuida, Epi me cuida, los peces me cuidan. Se tapa rápido, de forma violenta toda la cabeza. Las manos están ahí, seguro, mejor moverme despacio y separarme de la pared. Se mueve bruscamente, casi se cae de la cama, y luego se queda quieta, inmóvil. El arcoiris está al final del camino y Rocco me espera debajo; papá me espera debajo; mamá me espera debajo.

    Una figura chiquitita corre descalza por el pasillo, hace el giro y, con mucho cuidado de no mirarse en el espejo del armario, avanza hasta llegar al salón. Ahí empieza a andar muy sigilosamente.

    Ya viene, ¿qué hora es? Una bola de pelo enmarañado se levanta un palmo de la almohada, la mano izquierda coge el comunicador. No. Coge el despertador, con las agujas luminosas. Las seis, una hora razonable. La madre se levanta como un resorte de la cama y camina hasta el salón.  “Son las seis, es muy pronto, cariño”, “mamá, quiero dormir con vosotros”, “ale, ven”. Cogidas de la mano caminan hacia la cama de matrimonio. El padre sólo se mueve un poco, hace sitio. “Son las seis, le he dicho que se quede”, “Vale”. Papá me deja quedarme. La niña se coloca entre los dos padres, acaricia al padre y se queda quietecita. Me dejan quedarme.

    Suena el despertador del padre, en la oscuridad cuatro ojos legañosos se miran sin mirarse: las siete. La madre apaga el comunicador, se levanta y se dirige a la cocina; el padre se desplaza como buenamente puede hacia el baño. La niña se sienta en la cama. “No, ¡por favor!, tienes que dormir más” Ya está, empiezo mal el día, no le tengo que hablar con tanta dureza, sólo tiene tres años. “No quiero dormir más, quiero Dora”. Silenciosamente, la madre enciende la tele y pone los dibujos. La niña se tumba en el sofá. “Quiero croasán de chocolate”. “Quiero, quiero, quiero...”.

    El sonido del agua, la radio en la cocina (qué ganas de empezar el día cabreados, no entiendo por qué tenemos que escuchar las barbaridades que dice este señor. Hay que conocer al enemigo), el olor de las tostadas, el clic del microondas. Preparo el almuerzo para el cole, hoy toca bocadillo. Se encuentran en la cocina y se besan. “¿Hoy a qué hora llegas?”, “tengo reunión a la una, no sé si llegaré para comer. Voy a pasear al perro”. La niña se levanta corriendo y se pone en la puerta, con grititos de alegría. Es un milagro que el peque no se despierte. El padre abre la puerta de la terraza. “Roccooooooo”. Un trotecillo cansado y un perro y un dueño que salen atados por una correa por la puerta de la casa, mientras la niña da vueltas y giros emocionada. “Rocco, no me chupes, Rocco”. Ya está, ya empieza el día.

    Tenía que haber elegido la ropa de la niña ayer, siempre voy matada de tiempo. Vestirla, insistir para que se tome la leche, sentarse un poquito con ella y mimosearse...”Eres mi princesa. ¿Recuerdas que ayer te portaste un poco regular?” Ella asiente con la cabeza. “¿Hoy cómo te vas a portar?”, “¡¡¡¡fenomenal!!!!”. Risas y más risas, mimos y más mimos. Parece que voy a tener que despertar al chiquitín, que sino no llegamos.

Y YA QUE ESTAMOS: LOS MIEDOS (Parte 1)



    Bueno, por algún tema hay que empezar. Me parece que éste puede resultar muy interesante para la mayoría de los padres.


    Empecemos aclarando el concepto, primero, para divagar, reflexionar y compartir después.

    Principalmente hay dos tipos de miedos: el miedo adaptativo y el patológico. El miedo adaptativo es el miedo normal, por así decirlo; y es que, ¡¡¡sí!!!, es normal sentir miedo. Yo tengo miedo a la crisis mundial (¡y mucho!), a los ladrones cuando paso por un callejón oscuro, a quemarme si estoy ayudando a apagar un incendio...Este tipo de miedo me ayuda a estar alerta y a adaptar mis respuestas a las diversas situaciones que me voy encontrando por la vida. Si no tuviera miedo no sabría reaccionar y, por ejemplo, me quemaría o estaría más expuesta a un atraco. Contra la crisis mundial tengo poco que hacer, desgraciadamente.


    El miedo patológico es aquél que hemos aprendido, bien por imitación  bien por alguna situación traumática vivida en relación al objeto del miedo, y que no tiene ni sentido, ni lógica, ni nada. Visualicemos a un hombre cincuentón, trajeado y con un maletín, que se encuentra sentado frente a nosotros en el metro. Este hombre, de pronto, se levanta bruscamente y se cambia a un asiento situado al otro lado del vagón. Igual nos entra la risa floja al verlo, igual simplemente lo miramos de soslayo porque estamos pensando en nuestras cosas, o igual nos fijamos bien, bien, bien y vemos que semejante escándalo lo ha provocado una minúscula arañita que se acercaba a su pie por el pasillo.
El caso del ejecutivo del metro es un claro caso de miedo patológico, no adaptativo; la pobre arañita no suponía ningún tipo de amenaza, se mire por donde se mire.

    Estos miedos son los que se suelen llamar fobias.
    Pero los miedos que viven y sufren nuestros hijos son de otro tipo, quizás una mezcla de los dos anteriores. Son miedos evolutivos, que forman parte del crecimiento, del desarrollo de la imaginación, del descubrimiento del entorno. Estos miedos pueden darse tanto de día como de noche, pero quizás los que nos llaman más la atención son los que suceden por la noche. Y aquí también vamos a diferenciar dos tipos, por eso de que me gusta resaltar algunas palabras con colorines ;) : los terrores nocturnos y los miedos nocturnos.


    Los terrores nocturnos son muy fácilmente reconocibles. El niño se despierta por la noche gritando, normalmente nos lo encontramos sentado en la cama, no atiende a razones, es como si no nos viera y está así durante unos pocos minutos (no son episodios largos). Al cabo de ese tiempo se vuelve a dormir, y al día siguiente no recuerda nada de lo ocurrido.
    Los miedos nocturnos son más complejos. Cada niño los vivencia a su forma. Miedo a que salga un monstruo del armario, miedo a que venga un hombre malo y lo secuestre, miedo a la oscuridad. Y aquí entramos en materia...¿qué demonios hacer ante estas situaciones?

    Yo como madre, personalmente, estoy desesperada.

    ¿¿Qué decís?? ¿lo habéis vivido? ¿cómo lo habéis tratado/ superado?

Para más información sobre los miedos os dejo el link a una página en la que hacen un resúmen creo que bastante claro e interesante. Incorporan consejos que pienso que pueden ser útiles.

ÉSTA ES MI CASA

Vivo en una casita de paja; cada día tengo que rehacer un poco las ventanas, el tejado, porque entre todos los que vivimos en ella la deterioramos un poco. Es el coste del vivir, del existir. Todo lo que pasa fuera nos afecta, lo escuchamos y lo sentimos, porque es nuestro problema; se oye el viento por la noche y el cantar de los pájaros por el día. Estamos atentos al sonido de la lluvia y a los ruidos de los animales que nos acechan.

Pero no tengo miedo al lobo feroz...¡que se atreva a entrar en nuestra casa! 

martes, 1 de noviembre de 2011

CON LAS ZAPATILLAS PUESTAS

       Arranca mi jornada: me pongo las zapatillas. En una mano un lápiz, pañuelo en la cabeza para que no se llene de polvo y en mi despacho una colección de accesorios propios de mi profesión (trenecitos, biberones, libros de texto, molinillos de viento...).

       Me gusta ser madre, y me gusta decir que hago todo lo posible por ser una buena madre. Mis hijos no son perfectos: tienen rabietas,  miedos, malas contestaciones...Son hijos reales de una madre maestra, psicopedagoga, que no tiene ni idea de cómo afrontar y sobrevivir al día a día en su casa.

       "Los niños no nacen con un manual de instrucciones", no hay frase más conocida ni más repetida a las mujeres embarazadas y futuros padres. Los que ya estamos "en el ajo" sabemos que es cierto. Es más, los que somos reincidentes sabemos que de poco sirve lo aprendido con el primer hijo: cada niño es único. Ser padre me parece la profesión más complicada que existe.


       ¿Por qué no nos unimos para debatir, para opinar, para enseñarnos mutuamente?

      
Este blogg es un espacio creado para ello. Tomémoslo como un grupo de padres, como un rinconcito para compartir, con las zapatillas puestas, como si estuviéramos todos juntos reunidos en el salón de una casa mientras los niños duermen (idílico, ¿eh?)

       Propongo, simplemente, guiar la reunión.

       Mañana más; me voy a dormir, que es día de escuela :)

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