"Pues sí, ya tenemos los resultados de las pruebas que le hicieron en el colegio. ¡Un CI de 130!"
No, no soy yo la que habla. Yo soy la que mantiene la mirada fija, alucinada, dirigida hacia tres niños que saltan, juegan y gritan alrededor de la plaza. Dos de ellos son mis hijos, los conozco muy bien, y el otro es Manuelito, de 5 años. Pantalón corto, de marca, camisa blanca lustrosa con una gran mancha marrón de helado en forma de sonrisa, como queriendo decir: "aquí estoy yo, y yo soy como soy".
La sorpresa me ha dejado paralizada. Hace un minuto estábamos hablando de lo caras que se habían puesto las cañas y, ahora, sin venir a cuento, esta mamá, levantando la frente y articulando con cuidado (no vaya a ser que se nos escape alguna de sus palabras) nos lanza esta frase tan, tan interesante.
Y es que, sí, la frasecita me da mucho que pensar, mientras Manuelito y mi chiquitín lanzan gritos al cielo, taladrando las nubes, felices a más no poder. Los pensamientos se me agolpan, inconexos, y sólo puedo transcribir la conclusión final: "algún día tendré que juntar fuerzas y hablar sobre la inteligencia en el blog".
Esa mamá a la que acabo de conocer, amiga íntima de mi íntima amiga, que está a mi derecha, todavía no ha terminado. Esta vez casi susurrando, con tono de misterio (como actriz esta señorona no tiene precio), nos suelta:
"Pero, no te lo pierdas, el hijo de Clara ha sacado un CI de ¡150!"
Ahora sí que miro, como un resorte mi cabeza gira hacia la voz, mientras me imagino un montón de madres en la puerta del colegio hablando sobre los resultados que sus hijos han obtenido en los tests de inteligencia; quién sabe...quizás hasta con los propios niños delante.
Mi amiga, a la que este tema no le causa ningún tipo de reacción especial, me pregunta:
- "¿Y tú ya sabes algo de los CIs de tus hijos".
- "Pues no, ni lo sé ni me interesa" (ay, madre, creo que ha sonado excesivamente borde, ¡no era mi intención!).
- Pues ya verás, en un añito o así le harán a la mayor el test, como les hacen a todos.
.......................(ejem)
- No, no creo que se lo hagan.
- ¡Pero si se lo hacen a todos!
- Eso no es así.
- Aquí se lo hacen a todos.
- Ajá.
- Y está muy bien, porque así les pueden atender en función de sus necesidades reales.
........................ (¿estallo o no estallo?)
- Ajá.
- ¿Y en tu cole dices que no lo hacen?
- En algún caso concreto puede que sí, pero no es la norma ni muchísimo menos. Y no se les dice a los padres el "resultado" como si fuera el número de una tómbola, para que lo comparen entre ellos y, de paso, marquen a los niños para toda su escolaridad. Además, ya sabes lo que pienso yo del CI.
(Ya está, estallé, era inevitable).
Sigo mirando a los niños que, ahora, están haciendo una carrera. Manuelito se cae en un charco, y todos se ríen mucho. Su madre traslada el enfado que tiene conmigo hacia el niño: "¡¡¡¡Manuelito, te has puesto perdido!!!!"
Y yo sigo juntando fuerzas para tratar algún día el tema de la inteligencia en el blog. Tiene tantos frentes que no sé por dónde empezar. Quizás esta escenita ha tenido, al menos, la función de romper el hielo.
jueves, 6 de septiembre de 2012
domingo, 2 de septiembre de 2012
PAPEL EN BLANCO
La magia del papel en blanco es indiscutible. Cualquiera que alguna vez haya querido dibujar algo hermoso o escribir una historia lo sabe. No es necesario ser un gran pintor o escritor, sirve con haber sido estudiante o, simplemente, con ser aficionado a cualquiera de estas artes.
Ese rectángulo fijo, demasiado consistente y real, se nos atornilla en las sienes y nos oprime, con cierto agobio que, además, nubla la vista y entorpece las ideas. El papel en blanco nos pone en el límite de nuestras posibilidades y, por tanto, nos hace rebelarnos e intentar sacar lo mejor de nosotros mismos. Y surgen las ideas, débiles o fuertes, ligeras o profundas, necias o sabias. Pero aparecen, sacamos algo propio, muy nuestro, que se nos presenta ante los ojos por primera vez.
Yo (tú) observo y vivencio el mundo, tan complejo, yo lo proceso y lo siento de forma personal y única, yo expreso en el papel en blanco. Si el papel me muestra el camino, si el papel me indica cómo debo dibujar un pez, o cómo sentir y describir la tristeza, no puedo volcarme en él. Pero el papel en blanco me da libertad.
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Dale a un niño un papel en blanco y te fascinará. No uno, si no muchos, todos los que él necesite. Nadie se sorprende más ante el mundo que un niño, y nadie necesita más libertad para expresarse sin ataduras que un niño.
Como profesora y como madre siempre utilizo como recurso el papel en blanco. Es mi material preferido, lo reconozco: un maravilloso espejo mágico nacarado. Me sobran los cuadernillos para colorear, de ortografía, de caligrafía, etc. (bueno, para ser justa he de decir que no me sobran, también tienen en algunos casos su utilidad, pero me molestan bastante).
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Los padres contamos cuentos a nuestros hijos, y ese momento es muy codiciado por ellos: un rato de cercanía, de magia y de comunicación. Observamos juntos los dibujos, compartimos historias sencillas... Esa naturalidad que caracteriza al "recibir" debe formar parte también del "expresar".
Ante el papel en blanco el niño se muestra a sí mismo, reflexiona a su manera sobre el rico mundo que le rodea.
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Conozco varias letras, porque me gusta aprender aquéllo a lo que no me obligan, y las pongo una al lado de la otra sin fin; o simplemente escribo garabatos que quieren decir cosas, junto al dibujo de un muñeco gigantesco o chiquitito.
Escribo mezclando mayúsculas y minúsculas, sin separar palabras pero escuchando, escribiendo...Dibujo más muñecos, miles, todos iguales y todos diferentes.
Me pongo a prueba a mí mismo, disfruto, aprendo, consigo lo impensable...todo gracias al papel en blanco.
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