domingo, 6 de noviembre de 2011

EL ESPEJO

    Llueve. Nubes negras, cielo gris, martilleo sobre el tejado. Cámara desde lejos, se acerca: una casa azotada, olor a paja húmeda y miedo en el cuerpo. Se deshace, cuidado, miedo.


    Tres figuras se colocan frente al espejo: una madre morena, ojerosa, pequeña, con grandes brazos de madre, sujeta a un bebé que llora. A su lado una niña asustada: ojos abiertos mirando a ningún sitio.


    La lluvia empieza a cantar. Primero se oyen sólo unas notas sueltas a través de las pajas, pero si se escucha con calma se comienza a distinguir una canción. Primero es suave y relajante; luego, a medida que la mirada de la niña va cambiando, se vuelve alegre, infantil, sencilla, y transmite ganas de bailar. El bebé se calla y sonríe.


    El espejo se funde sin derrumbarse, simplemente envuelve al trío estático, e inmediatamente la música se hace más fuerte. Ya no llueve y los tres respiran. La niña ve a lo lejos un columpio y corre, salta y llega hasta él. La madre y el bebé se miran y se sonríen. Siguen a la niña hasta el columpio, y cuando llegan la niña ya está volando. Vuelve, un empujón hasta el cielo y la madre y el bebé se sientan, escuchando ahora muy fuerte un solo de risas. El bebé ya no quiere brazos, sólo quiere gatear y llegar hasta las hormigas, hasta las flores, las hojas y buscar al perrito que ladra desde lejos. La madre se sienta y mira.


    La música para de golpe. Tranquilos se reúnen, en la misma postura que al principio pero con expresión relajada: felices. Aparecen de nuevo en la casa de paja. La lluvia ha terminado. Ahora toca buscar y reparar los desperfectos, pero con calma y paciencia. Aún dura la sensación del gran jardín del espejo.


    La puerta se abre, aparece un padre mojado, preocupado y sorprendido. Les mira largo rato y finalmente sonríe. No se lo esperaba.

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