viernes, 19 de octubre de 2012

LA MUJER DEL CARRITO

 


      La mujer del carrito fue la primera. A decir verdad, al principio no tenía carrito, eso llegó después; los primeros días vestía como yo, peinaba como yo y tendría sólo unos pocos años más que yo. La observaba buscar y rebuscar, con expresión desafiante, y me preguntaba: ¿cómo habrá llegado a aquí? ¿cuál será su historia?

      Pero después de un mes o dos me doblaba la edad, y se había fabricado ese vehículo extraño, híbrido, mezclando el esqueleto de un carrito de bebé y una caja enorme de plástico. Allí es donde, todas las mañanas y todas las tardes, con horario casi fijo, coloca lo que encuentra dentro del contenedor de basura de mi calle, aquéllo que le puede resultar de utilidad. Mis hijos la saludan y yo la saludo, al fin y al cabo somos casi vecinos. Pero ellos lo hacen con naturalidad, y yo lo hago con una mezcla de miedo (sí, ¿por qué no reconocerlo?), de pena y de culpa. Ella les saluda casi con cariño y a mí con esa mirada tan suya, que no ha cambiado a lo largo de todo este año, tan desafiante.

      Un día me la encontré recogiendo mi pantalón, el que se había roto en la entrepierna, y que yo había tirado en mi bolsa cerrada, junto con los pañales, mondas de patata y secretos. Mi pantalón estaba siendo revisado, los bolsillos dados la vuelta; tuve que mirar para otro lado y seguir andando. Un paso y otro paso, sin parar.



      Después me encontré con él, con su gran mochila rota de explorador, dos calles más abajo. "Se ve que se reparten los contenedores", pensé. Cuando me vio acercarme por la calle fingió que estaba paseando. Vestía un abrigo gordo, fuerte y gastado ("al menos no pasa frío"), y botas de montañero. Tan triste su expresión, tan humillado su porte.



      Un fin de semana, cuando estábamos paseando en familia, parque y juegos, pasamos por una calle por la que no solemos pasar. Por la que no queremos pasar; al menos yo no lo hago si no voy bien acompañada. Pero la escena que me encontré no era aterradora, simplemente era decadente y melancólica: una pareja estaba sentada en las escaleras de una casa en ruinas, mirando cómo su hija, de unos 5 años, montada en una moto de juguete medio rota, recorría la acera arriba y abajo. Jugando, entre risas, pero no en el parque.
Y me miraron: ella desafiante y él con tristeza. El nudo de mi estómago empezó a formarse, junto con el de la garganta.



      Y los nudos apretaron un poco más ayer, cuando mi hija me comentó: "¿Sabes que hay personas que no tienen dinero para tener un coche?". "¿Sabes que hay personas que no tienen dinero para comer o para tener una casa?, le pregunté yo a ella. Se quedó en silencio, como intuyendo que estábamos a las puertas de un tema grande y gordo. Luego decidió hablar: "Son los pobres, ¿verdad?, ¿dónde viven?". "No hace falta irse muy lejos; tú has visto algunos que viven muy cerca de nosotros", "Lo sé: la mujer del carrito", "Sí", "Pues yo no voy a dejar que haya pobres, voy a darles de comer y a darles una casita".



      Más tarde, mientras mis niños dormían, escuché un ruido: clinc, clinc.
      Todo está más caro, clinc, clinc.

      Nuestros sueldos bajan, clinc, clinc.
      La cuenta baja, y baja, y baja, clinc, clinc, clinc.



     Y el nudo casi ahogaba, casi hacía vomitar. La niña que fui y que sigo siendo, ésa de la que ahora ya he perdido la esperanza de deshacerme, empezó a llorar. El pequeñín, como si estuviera conectado conmigo, empezó a gritar desde la cuna: "Mamáaaaa, mamáaaaa", y allí fui corriendo, a abrazarlo, mientras seguía llorando. Él se calmó al instante, tan confiado en mí, tan dependiente de mí. Y el nudo casi ahogaba.



      Esta mañana, al salir de casa, me he encontrado, cómo no, con la mujer del carrito. Pero la he mirado a los ojos, hoy estaba más cerca de ella. Ella ha cambiado su expresión desafiante por la de la curiosidad, y juraría que se quería acercar a mí, quizás cogerme de la mano. Pero seguí andando. Un paso y otro paso, sin parar.

   

6 comentarios:

  1. Ohhh, que emoción me ha embriagado... Lágrimas a punto de saltar con el diálogo de tu hija, tristeza por lo lejos que algunas cosas parecen y lo cercanas que son y dicha por leerte. No dejes de escribir nunca, emocionas todo lo que tocas, y eso es lo que puede cambiar el mundo: el corazón bondadoso de las personas!
    Un abrazo bella!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, gracias Débora, por estar siempre, por leerme! No sabes cuánto ánimo me dan tus palabras!!! Un abrazo muy fuerte.

      Eliminar
    2. Kym!!!! comunicate
      Celeste

      Eliminar
  2. Realmente yo también he empezado a sentirme como tu tan bien describes. Solo a la vuelta de la esquina nos podemos encontrar en la misma situación, porque la tan duramente conseguida clase media está desapareciendo a una velocidad que nos da como mínimo rabia e indignación. Erradicar la pobreza no parece ser un objetivo aquí mismo y ahora.

    Besos solidarios.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí, Mar, se acabaron los tiempos de tranquilidad. Ahora todos estamos con miedo en el cuerpo :(
      Un besazo y gracias por pasar!

      Eliminar
  3. Es increíble cómo nos vamos acercando a según qué realidades. Justo ayer nos pasó algo parecido al regresar a casa. Los tres nos quedamos observando y se hizo un silencio melancólico. Incluso mi hijo, con lo chiquitín que es ya intuye algo distinto, algo que no está en su sitio y no debiera ser. Excelente tu entrada, tu hija, tus sentimientos. Un fuerte abrazo amiga

    ResponderEliminar

Entradas populares