jueves, 15 de noviembre de 2012

NUESTRO 14N

     

      Ayer fue día de huelga general. Yo también estoy enfadada, yo también estoy indignada, yo también estoy sin trabajo; así que no me costó realmente mucho esfuerzo secundar la huelga, digamos que hago paro todos los días. Tampoco me supuso esfuerzo quedarme a los niños en casa, aunque realmente lo hice con convicción, porque apoyaba la huelga y todo lo que en ella se reivindicaba. Porque quiero quejarme de todas las formas posibles, y ésa era una más.

      Pero digamos que no soy muy hábil en esto de las huelgas. ¿Qué significa no ser hábil? pues ahora os lo describo. Éste fue nuestro 14N:

      Según mi hija mayor ayer era día de fiesta, porque no tenía que ir al cole. Le expliqué que era en realidad día de huelga, pero no conseguí hacer que saliera de su error. No, porque ella lo tenía todo premeditado: era día de fiesta y se quería poner su vestido rosa. No sé muy bien cómo llegamos a ese acuerdo por el cual se pone dicho vestido los días de fiesta, supongo que porque ella llevaría vestiditos de princesa todos los días al colegio y, como no le dejo, un día decidió que su forma de celebrar las fiestas era ponerse de punta en blanco. Es más, todos nos tenemos que vestir más formales que de costumbre: me obligó a dejar mis amados vaqueros en el armario y me obligó también a ponerme zapatos de tacón. Me obligó a no vestir a su hermano con chándal. Demasiadas órdenes para una niña de 4 años, pero si la conocierais sabríais que tiene un carácter fuerte y una dulzura terriblemente, sospechosamente, embaucadora.

      Salimos a la calle a dar un paseo: una mujer y una niña de fiesta acarreando un bulto informe en la sillita: bufanda, gorro, guantes y abrigo que albergaban dentro a un niño de casi dos años. Me entristecí al ver que todas las tiendas estaban abiertas. Ojo, el derecho a la huelga existe, pero cada uno tiene la libertad de ejercerlo o de no hacerlo. Me deprimí aún más cuando escuché a una chica gritar a una dependienta: "¡Menos mirar y más actuar!". Nunca me han gustado los piquetes, será por eso de que se me dan mal las huelgas.

      Disfrutamos del paseo, agradable. Después de callejear por el barrio, nos dirigimos a la calle principal de mi pueblo- ciudad. Para mi sorpresa y alegría allí había mucha gente reunida, con pancartas, banderas y gritos reivindicativos. Yo necesitaba estar dentro de esa marcha que había cortado el tráfico, mi corazón deseaba estallar de júbilo obrero. Pero mi hija se asustó. Se las dio en un primer momento de interesada, preguntó por todo lo que allí pasaba, pero luego me confesó que el espectáculo le asustaba. Yo le hice ver que allí había muchos niños con sus papás, muchísimos, y que parecía que se lo estaban pasando muy bien, pero ella se negó a participar. Así fue que nos quedamos a un lado, en la zona de los mirones. Entonces me fijé en la marea verde que corría por el centro de la gran calle: un montón de personas con camisetas verdes, defendiendo la educación pública. Recordé, con cierta vergüenza, que la mía estaba doblada en el armario, olvidada, y que mi aspecto era muy poco reivindicativo, más bien parecía una burguesa mirona, criticona. Me sentí mal, un poco depre, hasta que otra chica me gritó: "¡¡Menos mirar y más actuar!! ¡¡debería darte vergüenza!!". Otra vez me exalté: ¿le explico que a mi hija le da miedo este barullo o la mando directamente a la mierda?. Ni una cosa ni la otra: decidí darme la vuelta.

      Pero allí, de pronto, apareció el verdadero protagonista de esta historia. Se quitó el gorro, lo lanzó al aire, aplaudió, gritó un AHHHHHHH visceral, giró la cara y me dijo: "Mamá, ahí, ahí, ahí", señalando el centro mismo de la manifestación. El bulto que hace un momento transportaba en la sillita se había visto poseído por el espíritu de Karl Marx. Mi hija me miró y dijo: "sólo un poquito", y nos fundimos con las pancartas y vítores.

      Caminamos un buen rato con el tumulto, hasta que la peque me sugirió que nos desviáramos un poco, que nos fuéramos a lo alto de un puente para hacer una fotografía. Me pareció buena idea y así lo hicimos. Lo que yo no sospechaba era que la manifestación justo terminaba ante ese puente, que el estrado donde iban a hablar los portavoces estaba colocado debajo de nosotros y que teníamos las mejores vistas posibles. Un sindicalista se colocó ante el micrófono, comenzó a hablar muy enfadado de espaldas a nosotros, con todas las caras de los manifestantes dirigidas hacia él... y hacia mi familia. En cuanto terminó la primera frase airada, mi hijo, el futuro sindicalista, empezó a gritar: "¡¡¡¡BRAVO!!!", y los manifestantes le siguieron. Y así, sin querer, un pequeño de 22 meses se convirtió en el centro de todas las miradas. Cada vez que mi hijo aplaudía los de abajo se reían, los de abajo aplaudían, los de abajo vitoreaban, y las dos niñitas que estábamos encima del puente sólo queríamos escondernos. El enano se creció, cada vez gritaba más alto, cada vez aplaudía más fuerte, estaba en su momento de gloria. No es de extrañar que cuando decidí dar la vuelta para irnos a casa a comer, el enano se enfadara.

      Juro que mi hijo es muy tranquilo, no se suele enfadar, creo que nunca había tenido una rabieta. Pero ayer tuvo la primera. Y me demostró que lo sabe hacer muy bien. Empezó a chillar como loco, se sacudía como si estuviera poseído; bueno, ya he dicho que sospecho que lo estaba. El camino de vuelta recorría la manifestación en sentido contrario, así que para ir más rápido no me quedó más remedio que ir por la zona de los mirones. Pero, en esta ocasión, la que estaba siendo mirada era yo. Creo que jamás una rabieta infantil tuvo tanto público. Decidí bajarlo de la silla para ver si se calmaba aunque, como es evidente, fue un gran error. Se echó a correr hacia el mogollón y me costó realmente alcanzarlo, mientras empujaba la sillita y procuraba que mi hija mayor no se alejara de mi lado. Cuando lo pillé se sacudía como loco. Lo coloqué en la silla como pude, e incluso llegué a pensar que iba a ser imposible, pero no me quedaba otra opción. Y en ese momento empezaron los primeros comentarios: "pero, pobrecito, se va a hacer daño", "déjalo que disfrute", "¿qué te pasa, chiquitín?". estaba tan absorta en soportar y sobrellevar la situación que perdí de vista a mi hija un momento. No sé cómo pasó, porque no vi el proceso, pero creo que en cuestión de segundos fue capaz de subirse a un árbol y, cómo no, acto seguido caerse. Empezó a llorar desesperada. Corrí hacia ella empujando la sillita, observé que no le había pasado nada e intenté calmarla,  pero estaba inconsolable.

      Durante un segundo, me evadí de mí misma, observé la situación desde fuera y me entró un ataque de risa histérica: mis dos hijos berreaban como becerritos en el matadero, y todo el mundo a mi alrededor me miraba con cara de reproche. Cuando conseguí controlarme (que no controlar la situación) seguí avanzando. Sólo quería escapar de allí. "¿qué os pasa, pequeñines?", "quieres un caramelo?", "deberías parar, bajarle de la silla y esperar a que se tranquilicen". No quería oír nada, sólo quería escapar. Yo, vista desde fuera: una pija mala madre con dos niños llorones. Yo, vista desde dentro: una mujer superada por la situación que sólo quería escapar.

     Y escapamos. Nos alejamos del follón. Mi hija mayor se calmó al instante, mi hijo pequeño seguía llorando. Lo bajé de la silla, lo abracé, y siguió llorando. Le di la mano y avanzamos como pudimos hacia casa. El pequeñín hipaba, lloraba, hipaba, lloraba. Cuando llegamos a casa le quise dar un abrazo fuerte pero no me dejó. Se secó las lágrimas con el puño y me dijo con una gran sonrisa: "A jugar coches". Mi hija mayor se sentó y se puso a dibujar. Yo me miré en el espejo y me puse a llorar: me tocaba a mí.

    Así que, sí, se puede decir que no soy muy hábil en esto de las huelgas.

   

2 comentarios:

  1. La huelga se convirtió en una pesadilla para ti. No vayas sola, alíate con otros amigos, mamás y papás.
    Yo me llevé a mi hijo con 5 añitos a la manifestación contra la guerra de Irak, su primera experiencia acompañado de sus amigos del cole y padres/madres y hablando de ello para ir a la manifestación de esta huelga, recordó aquella vez y me dijo: no voy que es aburrido y cansado. Por favor, ni el más mínimo espíritu revolucionario.
    Bien, me fuí con mi hija, 4 horas de parón y caminata y me dijo que se aburría, le parecía poca marcha, la adolescencia siempre espera emociones fuertes y la verdad que fue pacífica. Detrás nuestro estaban las juventudes comunistas, me tocó hablarle de Marx y del capitalismo, difícil improvisar una clase de historia y economía. Delante a los Stop desahucios, ni te imaginas la cara de asombro cuando le cuentas lo de los bancos y las hipotecas.
    En fín, yo acabé muerta de cansancio físico y anímico.

    Besotes.

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  2. Pues la verdad es que sí, fue una pesadilla. Desde luego para otra vez me apunto el consejo y espero organizarlo todo un poco más. Esta vez fue todo improvisado y así salió...
    Gracias por pasar, Mar!

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