miércoles, 2 de noviembre de 2011

LOS MIEDOS (Parte 2): UN DÍA CUALQUIERA

    La habitación está oscura, entra una luz indirecta por la puerta: la luz del baño está encendida. Saca la cabeza un poco de debajo de la sábana...bueno, parece que el osito está encendido; ese osito era de mamá. Rocco me cuida, Epi me cuida, los peces me cuidan. Se tapa rápido, de forma violenta toda la cabeza. Las manos están ahí, seguro, mejor moverme despacio y separarme de la pared. Se mueve bruscamente, casi se cae de la cama, y luego se queda quieta, inmóvil. El arcoiris está al final del camino y Rocco me espera debajo; papá me espera debajo; mamá me espera debajo.

    Una figura chiquitita corre descalza por el pasillo, hace el giro y, con mucho cuidado de no mirarse en el espejo del armario, avanza hasta llegar al salón. Ahí empieza a andar muy sigilosamente.

    Ya viene, ¿qué hora es? Una bola de pelo enmarañado se levanta un palmo de la almohada, la mano izquierda coge el comunicador. No. Coge el despertador, con las agujas luminosas. Las seis, una hora razonable. La madre se levanta como un resorte de la cama y camina hasta el salón.  “Son las seis, es muy pronto, cariño”, “mamá, quiero dormir con vosotros”, “ale, ven”. Cogidas de la mano caminan hacia la cama de matrimonio. El padre sólo se mueve un poco, hace sitio. “Son las seis, le he dicho que se quede”, “Vale”. Papá me deja quedarme. La niña se coloca entre los dos padres, acaricia al padre y se queda quietecita. Me dejan quedarme.

    Suena el despertador del padre, en la oscuridad cuatro ojos legañosos se miran sin mirarse: las siete. La madre apaga el comunicador, se levanta y se dirige a la cocina; el padre se desplaza como buenamente puede hacia el baño. La niña se sienta en la cama. “No, ¡por favor!, tienes que dormir más” Ya está, empiezo mal el día, no le tengo que hablar con tanta dureza, sólo tiene tres años. “No quiero dormir más, quiero Dora”. Silenciosamente, la madre enciende la tele y pone los dibujos. La niña se tumba en el sofá. “Quiero croasán de chocolate”. “Quiero, quiero, quiero...”.

    El sonido del agua, la radio en la cocina (qué ganas de empezar el día cabreados, no entiendo por qué tenemos que escuchar las barbaridades que dice este señor. Hay que conocer al enemigo), el olor de las tostadas, el clic del microondas. Preparo el almuerzo para el cole, hoy toca bocadillo. Se encuentran en la cocina y se besan. “¿Hoy a qué hora llegas?”, “tengo reunión a la una, no sé si llegaré para comer. Voy a pasear al perro”. La niña se levanta corriendo y se pone en la puerta, con grititos de alegría. Es un milagro que el peque no se despierte. El padre abre la puerta de la terraza. “Roccooooooo”. Un trotecillo cansado y un perro y un dueño que salen atados por una correa por la puerta de la casa, mientras la niña da vueltas y giros emocionada. “Rocco, no me chupes, Rocco”. Ya está, ya empieza el día.

    Tenía que haber elegido la ropa de la niña ayer, siempre voy matada de tiempo. Vestirla, insistir para que se tome la leche, sentarse un poquito con ella y mimosearse...”Eres mi princesa. ¿Recuerdas que ayer te portaste un poco regular?” Ella asiente con la cabeza. “¿Hoy cómo te vas a portar?”, “¡¡¡¡fenomenal!!!!”. Risas y más risas, mimos y más mimos. Parece que voy a tener que despertar al chiquitín, que sino no llegamos.

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