martes, 15 de noviembre de 2011

LA FELICIDAD LO PRIMERO

El metro, otra vez. Al fin consigo sentarme; dedico unos segundos a disfrutar de la placentera sensación de tener mis piernas hormigueantes descansadas y después, cómo no, con cara de ida, de estar pensando en cómo cuadrar las cuentas de mi empresa o en qué hacer de comida mañana, me pongo a observar a los que me rodean.


El ambiente está cargado y vacío al mismo tiempo. Cargado de cansancio, de olores; de gente, por supuesto. Vacío de pensamientos, porque todos estamos un poco dormidos, dejándonos llevar por el sonido de las paradas, de la vocecita que nos habla desde otra dimensión. Es algo placentero, sobre todo para los que hemos conseguido sentarnos.


A mi derecha tengo sentado a un estudiante. Piernas cruzadas encima del asiento, cascos en la oreja (Nirvana, lo puedo distinguir, ¿aún escuchan los veinteañeros esta música?) y la cabeza ladeada, apoyada en la pared. Un hombre de mediana edad está a mi izquierda, con ropa "sport" y maletín en la mano...me pregunto si no será un profesor; sus ojos están abiertos a más no poder, pero con la mirada perdida y soñolienta. Enfrente dos parejas bien diferentes. Una pareja de estudiantes, (y ya van tres!, todos se bajarán en Ciudad Universitaria, por supuesto) con las manos entrelazadas y la cabeza de ella apoyada en el hombro de él: me traen recuerdos agradables de otra época y no puedo dejar de sonreir. La otra pareja no para de hablar entre susurros, aunque no entiendo nada, hablan alemán, creo; están de pie frente al plano de colorines del metro, ilusionados y señalando con el dedo recorridos: turistas, supongo. Hay mucha más gente, por supuesto, pero unos me tapan a los otros, imposible observar bien.


Se abre la puerta lateral y aparece un hombre con un viejo acordeón. La masa humana se mueve, como un líquido que está acogiendo a un sólido. El hombre, anciano y desaliñado, nos habla con voz monótona, pero ninguno le escuchamos; es triste, yo tampoco le escucho, a pesar de que le estoy observando. Pero empieza a tocar y todo cambia. Es una canción de amor nostálgico, de ésas que conocemos de toda la vida y que nos traen un montón de recuerdos y de lágrimas a los ojos. Me emociono, y no quiero que llegue mi parada. El joven de mi derecha se quita los cascos de las orejas, el hombre de mi izquierda no se mueve, pero de una forma llamativa, es ese no moverse del que escucha con el corazón. La parejita de estudiantes se coge más fuerte de la mano, y los turistas se callan. Somos una comunidad unida por una canción, puede haber un terremoto que nos sepulte y nos aisle durante años, porque ahora mismo somos un grupo humano unido, disfrutando de un momento único a la vez.


Disfruto de este momento con plenitud, es un pedacito de felicidad, lo sé.

La vida consiste en ir recopilando pedacitos de felicidad, y eso es lo que quiero transmitir a mis hijos. No quiero que se piensen que el objetivo de la vida es tener un coche más grande o una casa con más habitaciones. No. Cada uno tiene que encontrar su camino, a ser posible alejándose de lo que esta sociedad, en la que somos tan infelices, nos marca. Y, sobre todo, quiero que aprendan a reconocer y disfrutar los momentos, pequeñitos y sencillos, de felicidad plena.

3 comentarios:

  1. Estoy totalmente deacuerdo contigo. En uno de mis posts hablaba sobre algo parecido:
    http://yanethpoints.blogspot.com/2011/11/cual-es-tu-mejor-momento-del-dia.html
    Un saludo!

    ResponderEliminar
  2. Gracias, Yaneth! He leído tu link y quería dejar un comentario, pero no he sido capaz. ¡Me gusta mucho tu blog!

    ResponderEliminar
  3. Esos pequeños placeres de la vida. Qué serie de nosotros sin una buena canción, libro o película, sin una sonrisa de un ser querido o de una Coca Cola light al llegar a casa :)

    ResponderEliminar

Entradas populares