sábado, 12 de noviembre de 2011

LOS INTRUSOS

Meses atrás hubo una temporada bastante larga durante la cual yo me tumbaba en la cama de mi hija hasta que ella se dormía. Juntábamos las cabezas, nos relajábamos ambas y, cuando oía su respirar profundo, yo me levantaba con cuidado y me iba.
Le observaba muchas veces rascarse la cabecita y pensaba, llena de ternura: “pobre, mi niña, cuánto le hace sufrir su piel atópica”. Yo me rascaba la cabeza y me decía, con aire experto: “el cambio de estación, sin duda, esto es por el cambio de estación”.
Un día me encontré, en la mochila de mi hija, una nota con el membrete del colegio y la firma del director. El encabezamiento no dejaba lugar a dudas sobre el contenido: “PIOJOS”. Me puse roja, blanca, amarilla, y me sentí como si un kilo de naipes levantados en castillo cayera sobre mí; en todos ellos ponía: “Cómo no: PIOJOS”. A mi lado mi hija me daba una mano, mientras con la otra se rascaba con firmeza su cuero cabelludo.
Cambiamos el recorrido inicialmente planificado y nos dirigimos a la Farmacia. Juro que esperé a que la Farmacia estuviera vacía de clientes para entrar.
Y después vino el champú, el vinagre, el “no quiero el cepillito, que me tira del pelo”, el “estate quieta, por favor, que así es imposible”, la desesperación, el volver a empezar, las dudas -¿la llevo al colegio ya o aún no?-. Y un mes después, al fin,  pudimos decir que habíamos acabado con los intrusos que habían venido para colonizar nuestro pelo y nuestras vidas.
Ahora mi percepción y sensibilidad ha cambiado. Si me sorprendo rascándome la cabeza, aunque sea de soslayo y de forma accidental, inmediatamente pienso lo peor y, por si acaso, estoy tres o cuatro meses sin atreverme a ir a la peluquería.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Entradas populares