jueves, 24 de noviembre de 2011
LA LLAVE VERDE
La llave está en la puerta. Es una llave verde y grande, en una puerta pequeña y naranja. Dos niños se dirigen hacia ella. La niña va a paso ligero, pero sin correr; mira hacia atrás constantemente. "Voy a llegar yo primero, sí, yo primero. Me voy a meter en la casa y voy a cerrar la puerta". Un gritito y un bebé que gatea con más rapidez, la cabeza dirigida hacia el suelo, como embistiendo. Durante milésimas de segundo levanta la cabeza, mira a su hermana y sonrie, la baja y avanza más rápido, la levanta y sonríe; parece un nadador practicando su estilo de croll. Llegan a la vez.
Los dos niños se apoyan en la puerta naranja. La niña tira hacia fuera y el bebé hacia dentro. Es evidente que la niña ganaría si realmente se midieran las fuerzas. La madre mira la escena y se emociona; ella quiere jugar, jugar con su hermano. El pequeño deja de dar grititos y se separa de la puerta, algo que la niña aprovecha para entrar en la casa y cerrar de un portazo. "Estoy aqui, he ganado". Una mano chiquitita se levanta, guiada por un pensamiento; una mano que se acerca a la llave, a la grandísima llave verde, y la coge. Carcajada y un bebé que desaparece de la escena, gateando, gateando, gateando, con la llave agarrada con todas sus fuerzas en la mano derecha.
La madre ve una carita dulce que se torna pensativa a través de la ventana adornada con tréboles. Ella quiere jugar con su hermano, pero su hermano se ha ido. Se escuchan ruidos de caceroladas, cánticos de Blancanieves, Cenicienta y cien mil princesas más que pueblan esa cabecita loca llena de coletas. Cada vez canta más fuerte, hace más ruido al preparar "el desayuno", pero falta un bebé que escuche y mire.
La madre se asoma a la otra habitación, y ve al bebé sentado, mirando la llave verde que sigue manteniendo apretada en el puñito. Está ensimismado, pensativo. Lo coge en brazos y lo deja en la alfombra que se encuentra al lado de la casita. Él sigue pensativo, no se mueve. Su hermana se muestra indiferente, pero ya no necesita gritar tanto. Tranquilidad por un rato, pero tranquilidad tensa. La madre querría ir a recoger los cacharros del desayuno pero no se atreve a levantarse de la silla; presiente que algo va a pasar.
Pasan varios minutos. Silencio. La casa naranja está alerta, con su puerta grande latiendo como un gigantesco corazón. De pronto, una vocecita dulce dice: "Iván, te he preparado el desayuno". Se abre la puerta de par en par y el bebé le dedica a su hermana una enorme sonrisa. Gatea lentamente hacia la casita, entra. Su hermana sale y recoge la llave que ha quedado olvidada en la alfombra; la coloca en su sitio y, con cuidado, cierra la puerta. La madre se levanta. La llave está en la puerta y los dos niños juegan juntos dentro de la casa: sabe que puede irse tranquila a hacer sus cosas.
Por el camino, en la pizarra, se encuentra este dibujo: "Rivan": Un Iván guiado por la erre de su hermana: Raquel.
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